El 28 de noviembre de 2015, el boxeador británico Tyson Fury logró lo que cualquiera en dicho deporte habría anhelado conseguir durante toda su vida: derrotó al ucraniano Vladimir Klitschko, le cortó un invicto de 11 años y se proclamó campeón mundial en peso pesado por la WBA, IBF y WBO.
Sin embargo, a diferencia de lo que todos podrían imaginar, su realidad estaba lejos de la mejor, ya que se encontraba atravesando una profunda depresión. De hecho, en 2016 devolvió sus cinturones y le quitaron la licencia para pelear.
“Cuando tienes un objetivo en mente desde niño y lo alcanzas…”, reflexionó sobre la pelea con Klistchko, y agregó: “Estaba perdido, no sabía qué hacer. Me despertaba y no quería estar vivo, estaba haciendo que la vida de todos fuera una miseria. Me ponía muy, muy triste”.
El alcohol y las drogas comenzaron a complicar la vida de Fury, al punto que llegó a consumir cocaína y tuvo intentos de suicidios manejando con el auto a alta velocidad.
“Bebí, me drogué y estuve afuera toda la noche con distintas mujeres. Pero cuando la bebida desaparece, te deja una mala resaca y una depresión aún peor”, sostuvo.
Luego confesó: “A veces empezaba a pensar en estos locos pensamientos. Compré un nuevo convertible Ferrari en el verano de 2016. Estaba en la autopista y subí el auto a 305 km/h y me dirigí hacia un puente. No me importaba nada, sólo quería morir de la peor manera. Renuncié a la vida, pero cuando me dirigía al puente escuché una voz que decía ‘No hagas esto Tyson; piensa en tu familia y tus hijos creciendo sin papá’. Estaba temblando, tenía tanto miedo. Dije que nunca más volvería a pensar en quitarme la vida“.
Además llegó a admitir que tomaba 18 pintas de cerveza seguidas, sumado a whisky y vodka; por lo que incrementó excesivamente de peso.
De vuelta en los cuadriláteros, ahora se prepara para uno de los desafíos más importantes de su carrera. El 1 de diciembre peleará con Denotay Wilder, actual campeón de los pesados, por un nuevo título mundial.