Bailando con la más fea

Bailando con la más fea
Bailando con la más fea

Por Gonzalo Odriozola

El Bailando 2018 viene en picada y Marcelo Tinelli lo sabe. Aunque, lógicamente, oculta su frustración con mensajes efusivos en los que anuncia sentencias y eliminaciones a través de su cuenta de Twitter. Aprovecha  al máximo sus 10 millones de seguidores en la red social,  pone “me gusta” en noticias y declaraciones sobre su programa, pero los números siguen sin acompañarlo.

No parece casual que el mejor frontman de la televisión argentina haya anunciado un formato corto, hasta diciembre, para esta nueva edición. Más allá de sus posibles ambiciones políticas, parecería con menos confianza y las decisiones, tanto el reciente cambio de horario (pasará a las 22.15 para competir con 100 días para enamorarse), como las “drásticas” innovaciones no dan en la tecla.

La televisión, se sabe, es el Dios al que algunos -poco- creyentes acuden cuando están mal, ese conocido que invitamos por costumbre y al que volvemos a ver por la misma razón, aunque no lo queramos hacer realmente.

Fuente Ibope

Quizás porque ya no interesa tanto como antes, seguramente porque nos desenamoró; aunque haya hecho todo para intentar atraernos. En su primer programa, Tinelli arrancó con artillería pesada aunque de manera desatinada: se centró en Luis Miguel cuando el furor de la serie ya había pasado, estrenó el BAR -todavía nadie sabe bien para qué- de forma tardía, con el Mundial de Rusia ya lejos. Nuevas ideas para más de lo mismo.

Es que los tiempos de hoy no son los mismos de antes. Hiperconectados, todo lo que parece atraernos un día, al otro ya no lo hace más. Los dispositivos distractivos, la menor atención, la disponibilidad de diferentes formatos afectan a la televisión.

Un ejemplo de esto son las noticias. Por ejemplo, Jorge Lanata tuvo un gran éxito con PPT los domingos. Pero ahora, lejos del gran interés que hubo por la “Ruta del dinero K”, se le hace cuesta arriba competir con noticias que ya se vieron en Twitter durante la semana. Y ahí es cuando aparecen otras plataformas. Si dijo algo interesante, se podrá ver después en la red del pajarito o YouTube.

Claro que no es fácil hacer televisión en estos tiempos; aunque el Bailando tampoco admitiría otro formato. Sin embargo, algunos programas siguen rindiendo: a Marley le supo ir muy bien con Por el Mundo y el programa de cocina Bake Off también fue un éxito. Sin ir más lejos, La Voz tuvo ayer en su estreno un pico de 20 puntos, un número muy importante hoy en día, aunque se trate del primer programa. Es una lástima por el empeño de los bailarines durante el certamen, que siempre se ve opacado por los escándalos que son noticia los días posteriores a cada entrega: basta repasar los portales y comparar cuántas están relacionadas a las performances y cuántas a los “cruces” entre los participantes.

Las peleas ya no parecen ser la receta. Tinelli, más ácido que nunca, flamea posibles cruces desde el programa, incorpora a influencers y madres y actores. Así y todo, no parece dar en el clavo. Aunque el programa mantiene la gracia, el cóctel es de un sabor amargo. Las producciones de Netflix y otros programas con mayor contenido audiovisual e intelectual llegaron -más tarde que temprano- para reemplazar al enfrentamiento forzado, al muchafigurajunta, a los típicos chistes noventosos de un formato que ahora queda viejo. La cortada de polleras ya no va más.

La televisión no es la de antes, golpea a casi todos por igual. En este negro panorama no sorprendería que Tinelli encuentre cómo salir adelante, hace poco bromeó con hacer la serie de Ricky Martin. Quizás quiera volver a su rol de productor de ficción. Lo hizo también en tiempos de crisis social y económica, y le rindió. Aunque no sabemos que le deparará el destino al frontman que hoy, pese a su talento, sigue Bailando con la más fea.