¿Por qué esperar ansiosos la nueva serie de Matthew Weiner, el creador de Mad Men?

¿Por qué esperar ansiosos la nueva serie de Matthew Weiner, el creador de Mad Men?
¿Por qué esperar ansiosos la nueva serie de Matthew Weiner, el creador de Mad Men?

Por Martina Barone – @martinabar__

Con la excusa de que el próximo 12 de octubre se estrenará The Romanoffs, una serie escrita y producida por Matthew Weiner, les propongo desempolvar Mad Men, su exitosa ficción de siete temporadas, que comenzó en 2007 y finalizó en 2015.

Porque poco se conoce sobre su reciente creación. Por ahora, lo que se sabe es que la nueva producción estará ambientada en distintos países y desarrollará ocho historias separadas de personas que creen ser descendientes de la familia real rusa. Será emitida por Amazon Prime Video y contará con ocho capítulos.

Aunque no son precisamente esas dos líneas las que cautivan nuestra curiosidad. Más bien, basta con recordar el universo de Mad Men para aguardar ansiosa su regreso a la pantalla chica. Es el mundo que Weiner supo pintar en torno de la ficticia agencia publicitaria Sterling Cooper de los años 60 la razón por la que estoy expectante. Es que el productor logró narrar múltiples relatos con los orígenes de la posmodernidad como escenario y expresar así las grandes contradicciones de los seres humanos.

Matthew Weiner, junto a “Don Draper”, durante la grabación de Mad Men

Un hombre que engaña a su esposa. Una mujer que recién parida abandona a su hijo. Un hombre que deserta en la guerra y asume una identidad robada. Una ama de casa adúltera. Un hombre que no se anima a reconocer a su hermano. Un homosexual reprimido. Una mujer víctima de violencia marital. Un alcohólico. Secretarias humilladas. Adictos al tabaco. Homofóbicos. Misóginos. Hipócritas.

Estos fragmentos de historias personales son solo algunos de los dramas relatados en la serie. Y justamente son tan universales que en una primera instancia hasta resulta difícil identificar que pertenecen a Mad Men.

En una época en la que la publicidad estaba en su apogeo, se entrecruzan las vidas de diversas personas que poco a poco van revelando sus miserias dentro de un contexto donde la imagen era todo. A través de Don Draper (Jon Hamm), Peggy Olson (Elizabeth Moss), Joan Holloway (Christina Hendricks), Betty Draper (January Jones), Pete Campbell (Vincent Kartheiser), Roger Sterling (John Slattery) y otras numerosas figuras, se construyen historias más universales que históricas.

Matthew Weiner, durante la granación de un capítulo de Mad Men

Porque Weiner no hace referencia al tiempo más que por su soberbia producción. Los grandes acontecimientos de siglo XX no se manifiestan en forma directa. Sino que la cultura de aquel entonces (y sus similitudes con la actualidad) se vislumbran gracias a las relaciones humanas tan bien delineadas.

Incluso, tal vez la época sea algo más que una excusa para revelar el existencialismo humano que abunda hoy en día. Porque en Mad Men las vidas están lejos de ser idílicas. Detrás del estereotipo de hombres y familias exitosas, se descubre la contracara de una existencia trágica. Allí nada es suficiente para ser feliz. Con la ironía de que todos se ven vinculados de alguna manera con el mundo publicitario, cada persona simula ser un producto ideal y fascinante. Mientras que en sus intimidades, de la mano de una narración gradual, algo lenta pero cargada de diálogos significativos, el espectador acaba explorando sus incoherencias.

Cabe aclarar que el ejemplo aquí por excelencia lo encarna Don Draper: con su fama de eminencia y su característico estilo de galán misterioso esconde a su verdadero yo (si es que aún existe), Dick Withman, aquel joven pobre y temeroso que huyó de la guerra de Corea, y que intentó construir una vida aparentemente normal pero que jamás le calzó. Su identidad es dada por el envase que él mismo diseñó con sus respectivos símbolos aparejados.

Ni siquiera Peggy y Joan, dos de las mujeres más fuertes de la ficción, parecen encontrar un estado de felicidad estable. A pesar de obtener sus lugares en aquel entorno machista y demostrar su valía, no quedan exentas del hastío y el absurdo de la vida posmoderna.

Matthew Weiner, en la grabación del último capítulo de Mad Men

Uno de los atributos de la serie radica precisamente en este retrato cuidadoso de cada personaje sin caer en el juicio moral de héroe-villano. Por lo que el público, lejos de ensañarse con los defectos y las bajezas de sus protagonistas, alcanza una empatía e, incluso, hasta quizá siente el alivio de compartir sus propias contradicciones diarias con las estrellas de la historia. Despojadas de una mirada ética, las miserias quedan expuestas de tal manera que uno acaba identificándose con ellos en vez de juzgándolos. ¿Acaso ningún espectador experimentó ese oscuro amor-odio por Don Draper?

Pese a los esfuerzos de Weiner por describir con dureza el aplastante machismo que conquistaba todo rincón de Nueva York, no conseguimos detestar en su totalidad a los hombres de este relato. Sin embargo, es cierto que no escasean los momentos incómodos para el televidente cada vez que los redactores humillan a las secretarias y maltratan a sus esposas. Con lo cual, podría decirse que Weiner efectivamente también logra interpelarnos con respecto a este tema y llevarnos a reflexionar sobre la desigualdad aún en los tiempos de hoy.

Sin duda, Mad Men no es un producto para deglutir. La clave está en la actitud contemplativa. Porque si uno busca allí un suceso fatídico y extraordinario que rompa con la cotidianeidad y produzca un clímax inminente, jamás podrá disfrutar de la riqueza de esta obra.

Ver Mad Men es un ejercicio de inmersión en la vida corriente de cada sujeto, un acompañar omnisciente y constante de lo difícil y dramática que puede tornarse la existencia. Tras borrar la línea básica y determinante de una visión moralista, se comprende desde otro lado la complejidad de los vínculos, sin dictaminar con rapidez quién es el bueno y quién es el malo y, como resultado, hasta sentirnos entendidos por los mismos imperfectos protagonistas. Asimismo, está claro que, si bien entablamos una empatía con los defectos de cada personaje, el llamado de empoderamiento a las mujeres y el repudio por la desigualdad son reales.

En cuanto a The Romanoffs, y a juzgar por nuestra experiencia con Mad Men, solo nos queda esperar su emisión y confiar en que Weiner deleitará una vez más a sus espectadores con su habilidad para retratar historias de calidad y caracterizadas por sus logradas verosimilitud y complejidad.