El fenómeno Milei

El fenómeno Milei
El fenómeno Milei

Columna publicada originalmente en Gaceta.com.ar

El público no se pregunta por la inusitada popularidad del economista Javier Milei. Son los medios, los políticos y fundamentalmente sus colegas los que, con la boca abierta y no sin algo de celos, contemplan incrédulos la creciente adhesión al llanero solitario del minarquismo.

El se define como un “error matemático tipo 2”. El 1 es aquel que, haciendo todo bien, consigue un resultado negativo. El 2, por el contrario, es el que hace todo mal y obtiene un saldo positivo. Milei aclara: “Yo soy claramente error tipo 2 porque soy economista, liberal y popular en un país de zurdos. Por completo impensado”.

Más allá de su histrionismo innato, su peculiar peinado, su excentricidad y del discurso abiertamente libertario, la pregunta que cabe hacerse es cómo llega a la popularidad un cerebro matemático y sin apoyo de marketing, jefe de prensa ni padrino político. Y que, como corolario, declina cualquier cargo público. El personaje no tiene aspiraciones políticas.

Sus simpatizantes son, en su enorme mayoría, jóvenes y adolescentes cuyo contacto con el establishment es menos que nulo. Son chicos de colegio secundario y estudiantes universitarios en muchos casos, de familias despolitizadas, emergentes descontentos del frustrado “que se vayan todos”. Hay interesados en la ciencia económica y otros que no, muchos “tecno” con el componente común de que todos empiezan a identificar el origen de la decadencia argentina.

Entienden que el Estado obeso les pesa sobre el lomo, que las capas geológicas de empleados públicos impiden achicarlo y que esa medida es imprescindible para empezar a revertir la senda de decadencia que la Argentina transita hace décadas. Los fans de Milei entendieron que el Estado los abruma y no los deja crecer; que la raíz del problema argentino es la casta política cuyo crecimiento en número y en privilegios es inversamente proporcional al bienestar de la sociedad. “Políticos chorros” es una simplificación, por completo veraz, del complejísimo proceso político argentino, explicación que ha calado hondo en un grupo etario hasta ahora sin representación política.

Tal vez no es casual que el economista carezca de identificación partidaria. Tal vez la novedad revolucionaria es que esos jóvenes sin líderes no adhieren a una persona sino a una idea, a una interpretación de la realidad.

El fenómeno Milei hace foco en la peligrosa precariedad del sistema político argentino. Afortunadamente su mensaje, más allá de que no es político, en sus fundamentos económicos es sano, es el correcto y clarifica la raíz de los problemas que arrastramos.

Pero refleja una debilidad institucional profunda; la Argentina, huérfana de ideas de organización social, se vuelve tierra fértil para que cualquier trasnochado haga pie con un discurso atractivo y capitalice el descontento y la desesperanza por las que transita hoy el electorado nacional.

El desencanto de algunos, el ánimo de revancha de otros o el sálvese quien pueda del resto pueden empujar al poder a personajes sin trayectoria o con pasado sombrío, que empuñen filosofías extremas y provoquen escisiones aún mayores de las que ya padece el cuerpo social.

Hasta ahora prendió una idea virtuosa. Que no nos agarremos la cabeza si un día de estos aparece un profeta con el discurso equivocado. Las condiciones están dadas.