Los 20 minutos de caos a bordo del vuelo 1380 de Southwest Airlines

Los 20 minutos de caos a bordo del vuelo 1380 de Southwest Airlines
Los 20 minutos de caos a bordo del vuelo 1380 de Southwest Airlines
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A más de 10.000 metros de altura, los pasajeros se aferraron a la mano de desconocidos, rezaron juntos y se prepararon para morir. Más temprano a la mañana de ese mismo martes, habían estado jugando al Sudoku, se habían puesto al día con las lecturas para la iglesia o se habían acurrucado para mirar alguna película cómica, mientras el vuelo 1380 de Southwest Airlines ascendía para cubrir el trayecto de Nueva York a Dallas.

Alrededor de las 11 en la costa este de Estados Unidos, a los 20 minutos de un vuelo total de cuatro horas, los pasajeros atravesaron la capa de nubes y se acomodaron en sus asientos a la espera del reparto de bebidas por parte del personal de cabina.

En ese momento, y con un ruido ensordecedor, el vuelo 1380 se transformó en una escena de terror y caos para los 144 pasajeros y los cinco tripulantes a bordo.

Durante los siguientes 20 minutos, la cabina despresurizada fue un remolino de viento helado, esquirlas, pánico y ruegos al Cielo, mientras la piloto intentaba redirigir la aeronave hacia el aeropuerto de Filadelfia para hacer un aterrizaje de emergencia.

“Le agarré la mano a mi mujer y empecé a rezar y a pedirle a Jesús que enviara a sus ángeles a salvarnos”, dice Timothy Bourman, de 36 años, un pastor del barrio neoyorquino de Queens que se dirigía a un retiro espiritual en San Antonio. “Pensé que estábamos perdidos”.

Inspectores revisan la turbina del avión de Southwest Airlines

Mientras tanto, en la cabina de mando, Tammie Jo Shults, piloto veterana de la Marina norteamericana, estaba volando un avión con un solo motor y hacía gala de sus “nervios de acero”, en palabras de uno de los pasajeros.

Shults estaba muy bien entrenada para manejar el estrés en la cabina de mando. En tiempos en que las mujeres todavía estaban excluidas de las tareas de combate, Schults había sido una de las primeras pilotos de la Marina en volar el avión supersónico F/A-18 Hornet, hasta abandonar el servicio militar activo, en 1993. Con toda calma, Schults se comunicó con los controladores de tráfico aéreo de Filadelfia para informar el problema y el modo de abordarlo.

Les dijo que había pasajeros heridos y pidió que al aterrizar hubiese personal médico esperándolos en la pista.

Así quedó la ventana del avión luego de que explotó la turbina

“¿Hay fuego en el avión?”, le preguntó un controlador aéreo a Shults, según la captura de audio de LiveATC

“No hay fuego, pero perdimos parte del fuselaje”, respondió Shults. “Dicen que hay una abertura y que alguien se cayó.”

Una mañana que parecía tranquila

Y pensar que esa mañana de martes había empezado tan normalmente.Cuando el Boeing 737 despegó del aeropuerto neoyorquino de La Guardia, el avión acababa de ser inspeccionado ese mismo domingo, aunque el miércoles los investigadores dijeron que la causa probable de la explosión fue la “fatiga de materiales” de una de las aspas metálicas de la turbina.

Entre los pasajeros había neoyorquinos que iban a San Antonio o Dallas para una reunión o una conferencia sobre tecnología. También había gente de Texas y Nuevo México que volvían a sus hogares después de su primera y mágica visita a Nueva York, alguna conferencia sobre educación en el centro de Manhattan, o una escapada para visitar a un familiar.

Esa mañana en el aeropuerto, habían hecho chistes sobre el cargo extra por exceso de equipaje, se habían sacado selfies en el avión, y dos de ellos hasta habían discutido con otro pasajero sobre quién debía embarcar primero. Un día como cualquiera en un aeropuerto de Estados Unidos.

Pero a las 11.10, cuando el avión ya descendía sobre Filadelfia, esos mismos pasajeros se desesperaban para calzarse la máscara de oxígeno y pagaban acceso a Internet para poder enviarle un último mensaje de despedida a sus hijos y seres queridos. Mientras sostenía la mascarilla sobre su cara, el joven de 29 años Marty Martinez, de Dallas, transmitió en vivo por Facebook el descenso del avión. “¡Parece que nos estamos cayendo!”, escribió.

El pastor Bourman dijoque no logró entender cómo funciona la máscara y que decidió que de todas maneras no iba a salvarlo si el avión se estrellaba. En cambio, decidió rezar, mientras su esposa Amanda se conectaba al wi-fi del avión para enviarle un mensaje de texto a su suegro contándole lo que ocurría y mandarles un mensaje a las tres hijas de la pareja, de 6, 4 y 2 años respectivamente.

“Recen”. “Estalló un motor del avión”. “Vamos a intentar aterrizar”. “Deciles a las chicas que las amamos y que Jesús siempre está con ellas”.

Cerca de la ventanilla que se había volado, Sheri Sears, de 43 años, pensaba en su hija de 11 años, Tyley. El padre de Sears había muerto cuando ella tenía apenas 7 años, y ahora no podía dejar de pensar que ella tampoco estaría ahí para cuidar a su hija.

Sears dice que sus ruegos fueron escuetos: “Señor, si esta es tu voluntad, que todo sea rápido. No dejes que sufra”.

Su amigo y compañero de viaje Tim McGinty las tranquilizó a ella y a su esposa diciéndoles que todo iba a salir bien y que se ajustaran los cinturones. Después se paró y ayudó a arrastrar a la pasajera herida, Jennifer Riordan, que había sido parcialmente succionada fuera de la aeronave.

Riordan estaba sangrando en estado de inconsciencia. McGinty y otro pasajero, un bombero del norte de Dallas, la acostaron sobre una hilera de asientos. Una enfermera jubilada y el personal de cabina se apresuraron a realizarle el protocolo de resucitación cardiopulmonar y así lo hicieron de manera continua hasta aterrizar en Filadelfia, pero fue inútil.

Riordan, de 43 años, madre de dos hijos y ejecutiva de la empresa Wells Fargo en la ciudad de Albuquerque, fue declarada muerta en el hospital, y los exámenes médicos determinaron que su fallecimiento se debió a un politraumatismo severo en cabeza, cuello y torso.

Partes de la turbina del avión de Southwest Airlines

La noticia de su muerte repercutió en toda Albuquerque, donde la Cámara de Comercio hizo un minuto de silencio y gran cantidad de dirigentes de organizaciones benéficas y defensoras de las artes lamentaron su desaparición y expresaron su pesar.

Courtney padilla, de 34 años, una pasajera de Albuquerque que viajaba de regreso a su hogar junto a su esposa, su madre, su tía y su abuela, dijo que no conocía a Riordan personalmente pero sí de nombre, por su reputación como puntal de la comunidad.

Padilla y su familia estaban sentadas en la parte delantera del avión, y al igual que muchos pasajeros, cuando el motor explotó se quedaron en sus asientos agarrándose de la mano mientras veían los intentos desesperados por salvar la vida de Riordan que se realizaban un par de filas detrás de ellos.

Sentada junto a Padilla había una mujer que le dijo que acababa de celebrar sus 76 años y que le aseguró que no morirían ese día. A su vez, Padilla cruzó miradas de apoyo con una chica más joven que estaba sentada en diagonal frente a ella.

“Cada una se aferraba a quién tuviera al lado, sin importar quién fuese”, recuerda Padilla.

Sentado junto al ala derecha del avión, Jim Demetros, de 55 años, vio a las azafatas que corrían por el pasillo con tubos de oxígeno portátiles para asegurarse de que los pasajeros, incluidos varios niños, estuvieran bien.

Dermetros dice que cuando se acercaban al aeropuerto de Filadelfia, el avión hizo un suave giro y todo el fuselaje empezó a crujir. Unos dos minutos antes del aterrizaje, el celular de Matt Tranchin captó señal, así que pudo llamar a su esposa y decirle que estaban a punto de tocar tierra. Para entonces, Matt consideraba que tenía un 50% de probabilidades de salir vivo.

A través del intercomunicador, el personal de a bordo rogaba encarecidamente a los pasajeros que agacharan la cabeza y se prepararan para el impacto. Sears se aferró a su amiga del asiento de al lado mientras se preguntaba: “¿Se detendrá? ¿Se estrellará? ¿Explotará?”

Pero el avión aterrizó.Y aterrizó tranquilamente a eso de las 11.20, entre vivas y aplausos, mientras los pasajeros sacaban sus celulares para mandar mensajes y llamar a sus familias para contarles que estaban bien.

La cabina estaba en silencio cuando el personal médico ingreso para llevarse a Riordan en una camilla y el personal de a bordo asistía a otros siete pasajeros que sufrieron heridas menores. Los pasajeros hablaron con la capitana y con el personal de cabina y bajaron del avión para dar su testimonio ante los investigadores. Mientras esperaban la salida de otro vuelo que los devolviera a sus hogares, en las pantallas de TV de todo el aeropuerto veían las imágenes del vuelo 1380 y de la historia que acababan de vivir. Era todo muy difícil de asimilar.

“Realmente estábamos a bordo de ese avión”, dice Sears. “Es increíble que nos hayamos salvado”.