La curiosa apuesta de Black Mirror para su quinta temporada

La curiosa apuesta de Black Mirror para su quinta temporada
La curiosa apuesta de Black Mirror para su quinta temporada

Por Martina Barone – @martinabar__

Basta con bloquear el celular, apagar la tele o dejar de interactuar con la tablet por algunos segundos. El efecto siempre será el mismo. La pantalla se ennegrece. A pesar de que los motivos del usuario sean múltiples, la consecuencia es única e invariable. De manera automática, aquella ventana a través de la cual estábamos interactuando con el mundo se torna oscura. Y ya lejos de la característica tenacidad del brillo que alimentaba una mirada cansina y entregada, se convierte incluso en un objeto sin sentido. Apagado, el dispositivo no es más que un reflejo. Un cristal impenetrable que, en lugar de proponernos más contenidos, nos devuelve nuestra propia imagen. Así, los ojos irritados de aquel usuario hastiado se encuentran consigo mismos. A través del espejo negro.

¿Es que acaso no es este el nombre de la exitosa serie inglesa? Efectivamente Black Mirror, la ficción creada por Charlie Brooker, alude con su particular denominación a las pantallas de las nuevas tecnologías. A través de sus cuatro temporadas emitidas en Netflix, que constan de 19 capítulos en total, la obra de Brooker ha sabido expresar una preocupación de lo más actual. Gracias a un formato de 19 historias independientes con actores e historias distintos en cada episodio, Black Mirror interpela al espectador y le exige una reflexión sobre la relación que el ser humano tiene hoy en día con la tecnología.

Con el paso del tiempo, sin embargo, esto ya no es una novedad. Lo que sí constituye una sorpresa es que esta vez a la producción no le habría alcanzado con ganar numerosos premios BAFTA, Emmys, entre otros, y adueñarse nuevamente del centro de atención. La reciente propuesta de la serie emitida por primera vez en 2011 radicaría en un formato interactivo. Porque tal como sentenció el filósofo Marshall McLuhan allá por el siglo XX, “el medio es el mensaje”. Y parecería ser que Black Mirror comprendió que los relatos per se no son la única forma de exhortar al público.

Aunque aún no goza de carácter oficial, así lo anunció la página web estadounidense Bloomberg. La quinta temporada ofrecería un capítulo especial con la alternativa para que el espectador (¿o ya debe decirse usuario?) pueda elegir el final de la trama y el destino de sus protagonistas.

Si bien la plataforma de streaming ya ha probado anteriormente la opción interactiva con programaciones infantiles, sería la primera vez que apuesta a dicha forma de consumo en una serie de alcance masivo. Y no resulta tan extraño que el producto elegido por Netflix para innovar con la idea sea la tan aclamada antología de ficción científica. Dado que en sus 19 episodios plantea la compleja relación que el hombre ha entablado con la tecnología en el siglo XXI y el modo de abordar su uso, la decisión de materializar el concepto es de lo más acertada.

De más está señalar la soberbia producción de calibre cinematográfico que presenta Black Mirror. De la mano de una fotografía por demás cuidada, se logra recrear con gran habilidad un mundo que pertenece al futuro pero porta rasgos clave de la actualidad. He aquí la verosimilitud que logra la ficción. Sin apelar a la clásica y burda estética futurista, el hábitat de los personajes emula nuestra cotidianeidad del presente.

Sin embargo, el indicio revelador de que dicho universo pertenece a una época por venir reside en los dispositivos. De esta manera, son únicamente los aparatos tecnológicos los que marcan la dimensión temporal. Pues si se hace el ejercicio de obviar los diversos artefactos innovadores que presenta cada historia, se apreciará un entorno más bien familiar. Y quizá sea ese el llamado de atención por parte de Brooker…

Tal como plantea la serie y, en primer lugar, está comprobado que la tecnología aporta posibilidades físicas. Sin ánimos de spoilear, en la ficción se ve que los diferentes aparatos aumentan la capacidad de percepción de los personajes y exacerban sus sentidos. Pero el mayor riesgo en el que se ven sumidos es que ya no son capaces de detectar el efecto de dichos instrumentos. Es que las tecnologías se han vuelto parte de su paisaje cotidiano. Y es así que ya no se cuestionan porque constituyen lo “normal”.

Entonces, como contracara de las consecuencias físicas, también tienen su lugar las secuelas culturales. De igual manera se moldean las relaciones humanas. Se trastoca la manera de vincularse que tienen las personas entre sí y con su entorno. La tecnología acaba alterando paradigmas sociales sobre qué es aceptado y qué no, sobre cuáles son los límites de la libertad y la intimidad, sobre cómo deben relacionarse los amigos, las parejas, las familias, los ciudadanos, el Estado… De algún modo, podría decirse que su mayor efecto es la transformación imperceptible: la sociedad llega a una cierta realidad donde los estándares morales no son creados, sino muy sutilmente impuestos.

Desligarse de los dilemas éticos sugeridos por los guionistas se vuelve una tarea ardua para el televidente. Continuamente tiende a hallarse incómodo y hasta se ve forzado a desarrollar una postura: ¿está bien cómo está actuando el personaje? ¿qué haría uno en su lugar? Y la respuesta jamás decanta con fluidez… ¿quién no ha protagonizado reñidos debates de sobremesa acerca de si lo que el primer ministro realiza en el capítulo uno es aceptable o no?

Más aún, ¿a quién no se le ha puesto la piel de gallina cuando advirtió (si es que lo hizo) que entre aquel mundo futurista y el nuestro casi no existen diferencias? Podría interpretarse que el futuro es hoy, y que dichas modificaciones ya están ocurriendo. Por tomar solo un ejemplo, la presión mediática ejercida por las redes sociales y su fabricación de la opinión pública no parecen tan alejadas del presente… ¿y acaso teníamos una postura formada al respecto?

Por lo tanto, tal vez el as bajo la manga de la quinta entrega no esté dado por una historia en particular, es decir, por el qué, como sucedió con San Junípero o USS Callister. Sino por el cómo. En vez de advertirnos una vez más sobre cuáles podrían ser los efectos de la ciencia, nos haría vivirlo en carne propia vía la mismísima forma de consumo. Con la filosofía de que la fuerza del mensaje radica en la forma más que en el contenido, o sea, en la tecnología en sí misma, el controvertido episodio se destacaría simplemente por su modus operandi.

Será cuestión de mantenerse alerta para discernir las secuelas de esta nueva apuesta. Eso sí, no cabe duda de que la cosmovisión de Brooker será transmitida con mayor eficacia de lo normal.

Regresando al comienzo donde bloqueábamos nuestros teléfonos, quizá sea prudente atender a la advertencia del creador. Si bien es cierto que su mirada puede pecar de pesimista y un tanto exagerada, no viene mal mirar más allá de aquel dispositivo apagado. Es a través de ese espejo negro, en principio opaco, que tal vez podamos vernos finalmente a nosotros mismos y tomar conciencia de hasta dónde hemos llegado y hacia dónde vamos.